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jueves, 8 de septiembre de 2011

VIOLENCIA, PODER Y PSIQUE SOCIAL - BHG

Fecha de Publicación:
Acapulco de Juárez, Gro. Méx. 08/Septiembre/2011

Dir. Revista Virtual LEMA Universitario
Emilio Nahín Rojas Madero
“Mi vida por una mejor Nación”


VIOLENCIA, PODER Y PSIQUE SOCIAL
Baltasar Hernández Gómez

La violencia no es un efecto, sino causa social que forma parte fundamental para la ejecución de los procesos de dominación. Hablar de violencia no se limita al recuento de daños y perjuicios generados por ciudadanos que rompieron su equilibrio mental, o bien, organismos públicos y privados que provocaron crisis y dolor, sino al conjunto ideológico, cultural y material que está inmerso en las conductas sociales de los individuos y las instituciones, lo cual provoca estragos tangibles e intangibles, tanto en el ámbito físico, psicológico y emocional.

La violencia es un elemento constitutivo del PODER, entendida esta categoría política como la capacidad que posee un individuo o entidad para lograr que otros realicen actos que por sí mismos no llevarían a cabo. Luego entonces, violencia y poder caminan de la mano cuando el ejercicio real de la política (la cual está íntimamente ligada a la Polis, ciudad-Estado, centro, principio y fin de la sociedad y de cada uno de sus miembros) se convierte en una sucesión interminable de intereses particulares o grupales, pero no de las mayorías.

La violencia no se da única y exclusivamente en el seno familiar, en los centros de trabajo o en las relaciones interpersonales, sino sobre todo en las conexiones entre los órganos públicos y el corpus societal cuando se desea imponer -a toda costa- planes y programas de cobertura amplia sin los adecuados consensos. Basta recordar que uno de los dos aparatos de dominación que integran la estructura de, los Estados nacionales, de acuerdo a la óptica de Althusser, es el represivo, es decir, el conglomerado normativo-legislativo y las fuerzas operativas que resguardan el statu quo establecido.

Así pues, la violencia puede ser conceptualizada de muchas maneras y valorada como mala en la generalidad y buena en hechos específicos, como por ejemplo el castigo a cualquier tipo de actos ilícitos, sin embargo, resulta innegable que es apreciada vívidamente en las golpizas propinadas por un familiar a un hijo, esposa, sobrino e incluso a los ancianos; en la contención de una manifestación opositora a políticas públicas; en el verbo que se estrella en la dignidad de un trabajador manual o intelectual; en el ordenamiento psicológico, físico o emocional que se da a las personas contra su propia voluntad.

La violencia hoy en día ha cobrado magnitudes extremas por el recrudecimiento de la inseguridad,
pues la sociedad  percibe y siente -en lo muy cercano- los trastornos producidos por asesinatos, extorsiones, secuestros, acosos, prostitución, trata de blancas, pederastia, etc. Por mucho tiempo la violencia pretendía ocultarse en las paredes de hogares, en los cubículos de oficinas de gobierno, en las empresas privadas, en la soledad o en compañía de testigos mudos y, aunque muchos fingían decirlo voz en alto, los señalamientos eran hechos en la lejanía.

La violencia originada por la aceptación consensuada o a forciori de modelos culturales es la más sentida ¿Cómo no sentirnos indignados por los golpes propinados por padres o familiares contra mujeres, niños y ancianos? ¿Cómo no estremecernos ante la subvaloración del jefe laboral, profesor, líder, político o funcionario que menosprecia y devalúa constantemente a sus subordinados o seguidores? ¿Cómo no preocuparnos ante la crecida del bullying, sexting y mobbing que se practica todos los días ante el silencio, ineptitud o desdén de paterfamilias, autoridades, empresarios, legisladores, políticos, intelectuales, comunicadores, asociaciones civiles, profesionistas y hasta sacerdotes?

Sólo que fuéramos de hierro o de piedra podríamos permanecer insensibles ante la ola de violencia ocasionada por gente que por norma emite regaños en exceso, que golpea, que da “madrizas”, como se dice en lenguaje simple y llano, sin ton ni son, que acosa y despide, que acosa sexualmente, que extorsiona, que presiona y da trato desigual a amigos, novios, esposos, familiares y compañeros de trabajo. Para muchas personas (afortunadamente cada vez menos) la violencia tiene una representación equivocada, pues les significa la falsa entrada al PODER. Mal conceptualización y pésima materialización, ya que si se grita, golpea, manotea, reprime, castiga o quitan garantías individuales y derechos humanos no quiere decir que se está adquiriendo o acumulando fuerza o capacidad para ser “grandes”. Al contrario, quienes hacen estos infames actos se sumergen en un túnel de difícil salida, que terminan en el camino de la animadversión, soledad, depresión, reclusión y muerte.

Sabiendo lo anterior es imprescindible ubicar que la violencia social, política y económica no se combate prendiendo fuegos, o sea, no es con más violencia como se va a erradicar el trato inhumano hacia nuestros semejantes. En la historia hay lecciones de vida que nos permiten avizorar que las ideas y acciones de paz, tolerancia, inclusión, libertad y equidad van a gestar nuevos pensamientos, pero sobre todo nuevos códigos de comportamiento, que van incrustándose desde la etapa temprana de la niñez, para cimentarlas en las fases juveniles y adultas, en mujeres y hombres por igual. Ahí están prohombres como Gandhi, Martin Luther King, entre otros muchos, que han contribuido con su pensamiento y acción en siglos pasados.

Hay que decirlo y muy claro: la violencia no es un acto natural o entregado como “don” por alguna divinidad. Los humanos no nacemos ni somos violentos por naturaleza. Por tanto, tenemos que considerar a la violencia como una creación eminentemente social, no un fenómeno otorgado por la genética. Por ello debemos asumir su eliminación para que no siga habiendo sociedades desequilibradas y miserables no sólo en el ámbito económico, sino sobre todo en lo emocional, psicológico y espiritual, que son elementos aparentemente intangibles, pero que cimentan las bases de nuevos seres humanos.

¿Qué hacer? Lo fundamental es erradicar “la cultura del miedo”, ya que éste pierde su función primaria de protección, para convertirse en un estereotipo de vida. La violencia engendra miedo, que pasa en algunos pasos a nivel de terror extremo, el cual provoca, entre otras cosas, un agotamiento emocional aún mayor que los episodios traumáticos de guerra, inclusive. En este inicio del tercer milenio la violencia va aparejada de la desconfianza, la inseguridad y la poca certidumbre hacia el futuro y por eso es necesario que se ataquen todos los síntomas que producen debilidad y vulnerabilidad personal, así como sensación de desamparo.

Eliminar la violencia en cualquiera de sus configuraciones va a permitir que no se distorsione la naturaleza y la realidad de las cosas y, por encima de todo, va a unificar la red de redes de las relaciones sociales basadas en la confianza, en la solidaridad y compromiso de edificar una ciudad, un estado y un país más próspero y saludable en todos los sentidos,  no sólo en lo inmediato, sino a largo plazo. No hay que olvidar que la violencia no solamente forja relatos de miedo, estragos fisiológicos, que incluyen pulso acelerado, sudoración, temblores corporales, tics nerviosos, exabruptos, enojos, jaquecas, diarreas y fatigas, sino terrores que fracturan el tejido social desde la casa, la escuela, el gobierno y las conductas sociales que se dan a ras del suelo en el mundo de la vida.

La violencia aquí y ahora está, la vemos, olemos y sentimos, pero no por esto debemos aceptarla o darla como un hecho imposible de cambiar. Por tanto, mi ponencia no expone el problema, sino también propone una serie de ideas sustentables, como sigue:


Asignaturas curriculares en todos los niveles educativos escolarizados y semiescolarizados.

Programas de sensibilización e información sobre el horror que provocan todas las manifestaciones psicológicas y físicas que trae aparejada la violencia.
Cursos, talleres que certifiquen la comprensión, aceptación y cumplimiento de una nueva cultura para la construcción de una convivencia social armónica por parte de funcionarios, empleados públicos, miembros de las fuerzas armadas, policías, ministerios públicos, jueces, legisladores, profesores, comunicadores, etc.

Escuela para padres.

Programas de concientización sobre los peligros para la salud física,  psicológica y emocional de niños, mujeres y adultos mayores de los efectos provocados por la violencia intrafamiliar.

Programa de atención y respuesta a personas que viven y sufren la violencia, a través de contactos telefónicos y modulares que den seguimiento.

Legislaciones que regulen y castiguen a quienes ejerzan la violencia en todas sus modalidades.

Programa integral de terapias de atención y readaptación para padres, hijos, empleadores, funcionarios públicos, gobernantes, políticos, empresarios, etc.

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